viernes, 3 de abril de 2009

El día que Polonia invadió Capital Federal









"Gracias al honestismo imperante, el rasgo principal del personaje es su decencia: no robó, dicen, siguió en la misma casa, dicen, intentando de nuevo la Gran Illia: hacer de un rasgo menor pero infrecuente una categoría ontológica suficiente para levantar bustos y monumentos."

"Un prócer no tiene banderas, trabaja para el supuesto “bien común”, para lo indiscutible. Alfonsín prócer padre de la democracia parece un bien de todos; recuerdo las peleas de Alfonsín con variados sectores –desde los militares hasta el peronismo, desde los sindicatos hasta los grandes empresarios, desde Reagan y el FMI hasta la Iglesia Católica y la Sociedad Rural– que muestran que sí tomaba partidos, que era beligerante y parcial, que hacía política. Y que había hecho ciertas elecciones –aunque no siempre pudiera sostenerlas."

"Alfonsín –sabemos– fue presidente cuando nadie lo esperaba. Y lo fue de un modo extraordinario: no tanto por reemplazar a militares que –cumplido con creces su trabajo– pedían la escupidera, sino por vencer al peronismo en elecciones libres por primera vez. Con los militares y los peronistas en derrota, con millones entusiasmados por la nueva democracia, con una economía razonable, Alfonsín tuvo la mayor oportunidad de las últimas décadas para cambiar algo serio en la Argentina: para intentar otra cultura política, para acabar con las corporaciones, para dar vuelta la tendencia socioeconómica que los militares habían implantado –y no lo hizo. Lo intentó, al principio, chocó contra poderes, y en algún momento decidió –o debió– resignarse. Es cierto que consiguió cosas: recuperó cierto tejido social, juzgó a las Juntas, legitimó el divorcio, y nos dejó para siempre una frase que resume todas nuestras frustraciones y que, algún día, va a convertirse en epitafio irónico: “Con la democracia se come, se cura, se educa”. Es cierto que parecía buena persona; es otro asunto. Fue el último político en quien millones de argentinos creyeron de verdad; después hubo algunos que produjeron satisfaccción, alivio, sorpresa, simpatía, pero ya no esperanza. Fue la última vez que esperamos algo serio de un proyecto político, y su fracaso tuvo mucho que ver con la antipolítica y el pragmatismo noventistas. Su fracaso abrió el camino del menemismo y la culminación de la onda neoliberal que la dictadura había lanzado; su fracaso es más culpable porque podía haber sido un gran triunfo."



Martín Caparrós, hoy en Crítica.

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