Obscenamente recostada sobre las marrones aguas de la Costa Atlántica reposa la ciudad de Mar del Plata. Allí donde convergen el frío, los turistas y la mediocridad, esta falsa urbe supura su indolencia desde hace ya más de un siglo.
Ha transitado un largo camino, Meca turística para la elite local, paraíso obrero Justicialista, reducto radical, rostro maquillado del rancio y siempre hipócrita imaginario nacional, pero siempre sin dejar de mirar dentro de su propio ano, cargado de deshechos y cuerpos extraños que la infectan desde su génesis misma.
Mar del Plata es, y al mismo tiempo no. Mar del Plata se encuentra conformada por un cuadrado, ínfimo, del tamaño de un centro urbano pequeño, trazado por el mar y las calles Jara, Constitución y Juan B. Justo. Dentro de este espacio convive una de las mayores aglomeraciones de inmovilidad y quietud del tipo que abunda en la República Argentina, cargada de falta de interés, de ceguera optativa siempre bien dispuesta, de aburrimiento turbio y somnolienta ignorancia. Ese cuadrante actúa como corral, como cerca, como campo de concentración y reja de seguridad de una de las mayores poblaciones de ese orgullo nacional, producto y, a la vez, forjadora (por ignominia) de la historia Argentina, a la que se ha denominado como “clase media”. Poco existe que no haya sido escrito acerca de esta extraña habitante de la fauna argentina. Cabe aclarar como su más rancia y desesperante característica, el miedo, el miedo a ser, el miedo a no ser más, y ante todas las cosas, el miedo a todo aquello que asoma su hocico desde fuera de Mar del Plata.
Si, en esta ciudad existe un “afuera”, y créanme, es amenazante, es aterrador, es la pesadilla de cualquier bienintencionado hijo del vecino. Hay un afuera, y es de ese afuera del que me gustaría hablar, en el cual se hará énfasis en este libro (aunque nunca demasiado, para no asustar y/o escandalizar a mis lectores, quienes bien espero hayan tenido ya la gentileza de desembolsar lo que sea que este manojo de papeles cueste). Hay un afuera atemorizante compuesto por gitanos, por negros, por villeros y por villas, por albañiles, por fileteros, por putas, por chorros, por mucamas, por peruanos, por linyeras, por paraguayos, por travestis, por pescadores, por bagayeros, por obreros de toda índole, por bolivianos, por señoras y señores de la noche, por chabolas y por casas de material, por ruido, por silencio, y por sobre todas las cosas, por todo ello que no es Mar del Plata, por todo aquello a lo que la ciudad del miedo decidió darle la espalda.
El Puerto, allende Juan B. Justo, es la zona que más réditos económicos y productivos da a la municipalidad, y aún así son de tierra muchas de las calles habitadas por los pescadores.
Como en buena ciudad costera tercermundista, la prostitución y la trata de blancas tienen su lugar en la “perla del atlántico”. Cientos de muchachas todos los años son encerradas en “privados” y obligadas a lucrar con su cuerpo manteniendo un nivel de productividad acorde a las palizas, amenazas y drogas suministradas para ello.
Al oeste florece la comunidad gitana, y, como era de esperar, Mar del Plata no se salva de los antiguos prejuicios que rondan a gran parte de las culturas occidentales, y sus habitantes ven en este pueblo milenario una amenaza latente, constante y sonante, y aunque es cierto que hace tiempo que progroms y linchamientos han dejado de estar de moda, no son solamente los taxistas los que despotrican contra los romaníes.
Mientras tanto la clase media rebosa de indignación (uno de sus alimentos preferidos).
Mar del Plata, el interior de aquella figura geométrica descripta con anterioridad, es entonces, un foco de miedo. Una gran concentración de miedo quieto, llama de extraña y casi ajena frialdad que es alimentada de forma diaria y cuantitativamente generosa por El Diario. El Diario es el único periódico editado en la ciudad, único en una ciudad de más de 700.000 habitantes y, además, espantosamente redactado, que no solo actúa como herramienta ideológica, como mero difusor del miedo que aglutina y forja en el resquemor de forma fiera a la clase media marplatense, sino que es, por si fuera poco, el arma fundamental de la que se vale un individuo que aglutina entre sus dedos cerrados en puño a media ciudad, y a través de la cual mantiene silenciada a la otra mitad. En una tierra en la que las distopías se encuentran a la órden del día, Mar del Plata tiene el privilegio de ser acreedora de su propio Gran Hermano. Amo y señor del La Feliz, este individuo se divierte coleccionando propiedades, medios de comunicación y voluntades, mientras pone y saca intendentes a piacere. Su billetera es engordada desde Marbella por Dios sabe que oscuros personajes del hampa ibérica.
Pero no es momento aún de hablar de este sujeto. No es tiempo siquiera de hablar del Diario, de intendentes cocainómanos o de comisarios asesinos. Todo llegará a su debido tiempo. Mientras tanto, es momento, eso si, de observar y tratar de comprender a todos aquellos sujetos que pululan por dentro y fuera de Mar del Plata, los portadores y las víctimas del estandarte marplatense, del único leit motiv y excusa de la ciudad para continuar y detener vidas: el miedo.
martes, 26 de mayo de 2009
Mardelplata (adelanto de la próxima novela (?) de Davor)
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6 comentarios:
Será un ataque de egolatría, pero hacía unos días que quería subir esto...
Aparece muchas veces las palabras "Mar del Plata" y muy pocas veces la palabra "teta".
Porque tener un blog y pensar que a alguien le importa un carajo lo que pensemos no es egolatra para nada......
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Modder
davor, por lo que leo debés de trabajar muy duramente en esa ciudad tan fea.
Solo 3 meses al año. Y no es fea, no es el punto...
Besos en el occipucio anónimo. May the force be with you
al leerlo me entró un frio y un hambre (?)...que recuerdos de mierda, mar del pl*ta.
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