sábado, 5 de noviembre de 2011

Decepciones

Hola lectores! (los pocos que quedan, deivid, ahi te veo saludando)
Este es un cuento que escribí, así que bueno, no tengo mucho más para decir. Está inspirado en una palabra, que se va ir haciendo evidente.

Espero guste..

Saludos!



“No es que me crea perdido…”, pensaba el joven mientras veía aquella paloma deambular sin rumbo, esquivando pasos de ajenos gigantes que amenazaban sin siquiera saberlo. “No, perdido no estoy, pasa que no logro encontrarme”. El joven reposaba sentado en la plaza, mirando hacia el lado de la avenida… mirando pero no viendo, viendo pero no observando, estaba demasiado ocupado pensando. Pensaba entre otras cosas que el tiempo lo había traicionado, que el tiempo le hizo promesas que jamás cumplió… el tiempo, lo había decepcionado.

La decepción era algo que lo tenía muy susceptible. Todavía no había hallado los errores que cometió para ocasionar semejante decepción. Y eran constantes las preguntas: “¿qué fue aquello tan terrible que hice? ¿Cuándo fue? ¿Cómo puede ser que en su momento no lo haya visto?” Eran preguntas que no podía resolver, principalmente porque no estaba seguro de tener que interrogarse de esa forma, ya que nunca tuvo certezas, y cuando las tuvo decidió inexcusablemente darlas de baja, obviarlas, desecharlas, meramente por no cumplir algunos requisitos, o mejor dicho, un requisito fundamental, que era concordar con SU historia. Partiendo de esa base, lo único que tomaba era la incertidumbre, que de a poco lo iba colmando. Desde esas incertidumbres construyo artesanalmente sus certezas, y entre ellas apareció una en particular que terminó por tocar fibras íntimas, o así parecía: llegar a la conclusión de que logró decepcionarla… eso, eso simplemente lo aniquilaba. Le daba vueltas, repasaba las razones, pero nunca parecían suficientes para explicarlo. Sin embargo, su certeza no aplacaba ante la falta de evidencias. Permanecía allí, inexpugnable.

Decidió levantarse y caminar un rato, tal vez así lograría despejarse. Por supuesto que él sabía que mientras estuviera solo no podría lograrlo, su mente trabajaba de manera independiente, y además, él era cómplice silente de su propia agonía. Hubo un tiempo en el que no trastabillaba constantemente con el mismo pensamiento, tanto así era, que llegó a creer que aparentemente aquello estaba resuelto.

Mientras caminaba disperso en su mundo, recordando esos meses que no habían quedado tan atrás, tiempo en el cuál se sabía y se hacía tan libre, hubo algo tremendamente súbito que lo sacó de trance… fue el bocinazo de un auto que se aproximaba por la calle que el joven cruzaba despreocupadamente. Ese estridente ruido logró que despierte y diese un afortunado salto hacia atrás, salvándose por centímetros de lo que hubiera sido sin dudas, una muerte segura. Entre palpitaciones y sudoración, confundido y aturdido, comenzó a recobrar el aliento y a salir de su pánico, y así fue que se encontró con su primer pensamiento, algo increíble, que probablemente lo haya sorprendido incluso a él: “la muy hija de puta casi me mata”. Era evidente que no hablaba de quien fuera que conducía aquel auto importado de inmaculada apariencia. Ella estaba en todo, era causa y era consecuencia. Se dio cuenta, y entendió que debía terminar esa cuasi sumisión en la que estaba sumergido. Debía salir a flote. Debía volver a su casa sano y salvo. Y… debía verla.

Fue con esa excitación que llegó a su hogar, decidido a… vaya uno a saber a que. Esa exaltación apabullante que manifestaba tanto psíquica como físicamente, podía explicarse no tanto por el evento que podría haber determinado su deceso, sino más bien por la determinación ineludible de comunicarse con ella de alguna u otra manera y soltarle como una bomba todo lo que cargaba. Prendió su computadora, y durante los minutos que aguardaba para que terminase de abrir todos los programas, comenzó a meditar si era realmente la vía cibernética la más adecuada para ponerse en contacto con ella después de tanto tiempo. Decidió que evidentemente no lo era. Que necesitaba verla. Pero para verla debía concretar un encuentro. Se aproximo al teléfono, y cuando marcó el tercer número, se detuvo… y a los pocos segundos colgó. Se dio cuenta que eso también era un sinsentido. Hasta donde el sabía, ella no tenía ni la más mínima intención de verlo, y no aceptaría ni por todo el oro del mundo un encuentro con él. “Me queda, o pasar por su casa, o cruzármela accidentalmente a propósito.” Esas fueron las opciones que comenzó a barajar. Y luego de una intensa disputa entre argumentos y contraargumentos para cada situación, se dio cuenta que lo mejor era casualmente encontrarla por ahí, pues tendría más chances de que ella aceptara, cuanto menos, una pequeña conversación. Muchos podrían preguntarse como es que iba a hacer para lograr intencionalmente tal encuentro. Bueno, la realidad marcaba que ese no sería un problema muy grande, ya que hasta ese entonces, había estado intentando evitarla, sabiendo exactamente cuando no debía aparecer en esos lugares de tránsito común para ambos.

Aquél martes, decidió no evitarla, e ir a su posible encuentro. Caminó pequeños círculos en aquella esquina donde sabía que pasaría en pocos minutos. “Si me ve caminando así no sólo se va a dar cuenta que la estoy esperando, sino que me va a evitar”. Y se sentó en un rincón, se puso sus auriculares, y simuló escuchar música (nunca entenderé porque sencillamente no la esperó escuchando, de verdad, música) Pasaron algunos minutos más cuando la vio venir, acompañada de un amigo, al cual él conocía, y que no tendría problema en darle a entender que se debía retirar. Cuando ella pasó a su lado lo vio y se frenó sorprendida, su amigo que venía contándole algo, pero mirando hacia delante, siguió unos pasos dándose cuenta un poco tarde que su amiga estaba detenida. Él, obviamente también se hizo el sorprendido, se sacó los auriculares y se paró rápidamente. Se saludaron de la forma más incomoda que alguien se puede imaginar, y quedaron mirándose unos segundos. Ella le dijo que debía irse, que la esperaba su amigo.

-¡Esperá!- Gritó efusivamente, dándose cuenta que se le escapaba la oportunidad- ¿No tenés un rato para charlar, ya que estamos?
Se miraron nerviosos. Ella vaciló. Él temblaba.
- Bueno, un rato.- Se acercó a su amigo, le explicó la situación y lo despidió.
“Es obvio que le dijo que no era necesario que se quede; o que si necesitaba decía algo; o no se… pero es un gil” No tuvo mucho tiempo más para seguir desarrollando sus “productivas” hipótesis acerca de lo que habían conversado tan brevemente esos dos.

- Bueno, decime- Parecía tomarlo como una especie de trámite que debía ser terminado eficazmente en el menor plazo posible.
- Preferiría ir a otro lugar, ¿puede ser?- Más que una pregunta, o una propuesta, pareció una suplica. No podía contenerse estando con ella, a ser de esa manera tan… “cordial”.
- Está bien. Vamos a la plaza y nos sentamos por ahí, ¿querés?
- Me parece perfecto- contestó. Sabiendo en realidad, que nada de lo que estaba pasando allí era perfecto.

Caminaron las tres cuadras que los separaban del verde conversando incómodamente sobre algunas trivialidades, los modismos típicos para esa situación fueron usados en repetidas ocasiones, y se notaba que ninguno podía interesarse genuinamente por lo que el otro decía… todo era un compendio de nervios. Finalmente llegaron y se sentaron uno al lado del otro en un banco de piedra.
- Mira,- comenzó sin esperar más preámbulo- detesto haberte decepcionado, pero más detesto no saber por qué.- Ya el simple hecho de poder decir esto le imprimió una cuota de tranquilidad, mientras que a la vez le aumentaba la ansiedad tratando de anticiparse y adivinar que diría.
- Yo nunca dije que estoy decepcionada…
- Lo estuviste- interrumpió el, saliéndose de la vaina.
- Dejame hablar.- le espetó con firmeza- En su momento estuve enojada, pero ya está, no tengo mucho más para decir. No se si fue decepción, hiciste cosas que me enojaron, lo que ya sabes, lo que ya discutimos.
- Si, eso lo entiendo. Pero… lo que hice no justifica ese enojo- Esto lo tenía guardado hacía mucho tiempo, y estaba a punto de esgrimir una de sus más fuertes teorías, tal vez la que más lo confortaba. – ¿Puede ser, que hayas decidido enojarte para desecharme con más facilidad?
- Puede ser… pero ya está.- Se la notaba cerrada. Evidentemente era un tema muy finalizado para ella.
- Bueno…- hubo silencio por unos minutos, y esa sensación en su pecho, tan sofocante, tan angustiante. Descubrió que vino en busca de consuelo, pero no lo encontró, y ahora el decepcionado era él. Si, se había decepcionado a si mismo. Una especie de bronca comenzó a surgirle, y no dudó en decirle- Pensaste en vos siempre. Éramos dos. Y te las ingeniaste para que sea yo el que hizo todo mal, y vos, obviamente, caíste bien parada.

Se miraron fijo segundos que parecieron años, el con mucha intensidad, casi con amor, ella… nuevamente con enojo. Se paró.
- No tengo porque tolerar esto- Dio media vuelta, y cuando iba a dar un paso, él se levantó velozmente, la tomó por su brazo con suavidad. Ella frenó y lo miró. En ese momento, el joven no tuvo mejor idea que aproximar su rostro e intentar darle un beso. Le corrió la cara. Pero insistió, sin ser violento, aunque sin dudas incomodándola, ella en su reacción lo empujó, no muy fuerte, pero si lo suficiente como para que de un pasó atrás. Y así ocurrió un desastroso infortunio: en ese paso atrás, que podría haber sido inofensivo, pisó una roca de considerable tamaño, que le hizo perder el equilibrio y caer, golpeándose la cabeza con el borde del banco que reposaba detrás, y que no había tenido el tiempo ni la reacción suficiente para correrse.

Abrió los ojos y un blanco resplandor lo encegueció. Estaba completamente aturdido y desorientado, buscando alguna referencia entre tanto fondo blanco. De repente escuchó una voz, muy masculina, muy segura, y hasta algo estridente.
-¿Cómo se siente?- Le preguntó la voz.
Tratando de salir del estupor le dijo- Avergonzado… decepcionado.

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