lunes, 15 de agosto de 2011

La niña y sus estrellas

Perdón por mi ausencia, les aseguro que fue justificada. Traigo hoy medio cuento que vengo elaborando hace bastante, pero no podia terminar de darle forma. Digo medio cuento, porque hoy precisamente publico sólo la primer parte. Si bien no es una historia real, esta inspirada por una historia particular, que sin dudas logra conmover.
Espero que les guste,
hasta la proxima.

Un día de octubre, tras una jornada calurosa, el sol comenzaba a ocultarse por detrás de aquel horizonte desértico. La niña regresaba a su casa, con sus ropas empapadas en tierra y con su simple sonrisa a cuestas. En su hogar la esperaba su madre y sus dos hermanos: Julia de seis años y Héctor, que todavía no había alcanzado su primer año de vida. Se dispuso a entrar tímidamente, y de inmediato se dirigió hacia su madre, que con paciencia trozaba las papas para preparar el mismo guiso que cocinaba todas las noches, o por lo menos todas las noches que le alcanzaba el dinero, y que les proveía de alimento y calor.

La casa era pequeña, sin ninguna división en su interior, era sencillamente un cubo construido de ladrillos y barro, con un techo conformado por tablas de madera y bolsas de plástico negras, y suelo de tierra. Dentro, solamente había una mesa pequeña, tres sillas de escuela bastante maltratadas, y tres colchones muy finos, sucios y rotos. En una mitad de aquel hogar se disponían las cosas del dormitorio, es decir que los tres colchones yacían paralelamente, uno al lado del otro, con algunas frazadas rotosas encima; en la otra mitad, la madre se las había ingeniado bastante bien para crear una cocina. Sobre la mesa tenia una suerte de anafe, bastante viejo, con dos hornallas, que era alimentado por una garrafa que reposaba en el suelo.

María, esta adorable niña, tenía tan solo once años, y hacía sólo unos meses había perdido a su padre, que tuvo la desgracia de padecer un cáncer terminal de pulmón. Ella, a pesar de las condiciones en las que vivía, y de ver a sus padres siempre con sus rostros serios y caídos, como resignados, sabía ser una persona alegre, divertida, pasional. Disfrutaba la simpleza de sus días, sin estar siempre pensando en lo que no tenía. La muerte de su padre le arrebató esa capacidad de abstraerse y disfrutar su infancia. La tristeza era ahora un inexorable condimente en su vida, sobre todo cuando estaba en su casa, con su madre y sus hermanos, allí todo era indisimulable, e intransferible. Cada uno se ahogaba en su propia pena, y por momentos se veían incapaces de compartir sus cargas. Todas las noches en el último tiempo solían ser similares: ella llegaba siempre al anochecer, y en silencio se paraba al lado de su madre, se fundían en un abrazo en el que intentaban compartir su desconsuelo, pero inmediatamente después, ambas seguían preparando juntas la comida para la familia, inmersas en ese silencio que eventualmente era interrumpido por el llanto de Héctor, que podía estar reclamando alimento, calor o simplemente atención. Siempre con ojos llorosos y sus almas heridas, cada tanto cruzaban alguna mirada para intentar rescatarse mutuamente de esa agonía, pero no solía dar resultado.

Esa noche en particular, luego de estar un buen rato en silencio, cortando vegetales, María se animó por fin a hablar y a preguntarle a su madre aquello que la tenía tan ansiosa. Simplemente le preguntó si podía ir al fogón que se organizaba en el club barrial, en donde habría guitarreada, canto y baile. Tenía realmente muchas ganas de ir, sabía que sus amigos estarían, y que además iría aquel changuito que a ella tanto le gustaba, un joven de diecisiete años que deleitaba a grandes y chicos cuando entonaba hermosas chacareras, y lucía sus desprolijas melenas y su incipiente barba con una actitud romántica y distante. Nunca antes María había tenido que preguntar para asistir a estos eventos, era una niña bastante independiente y a sus padres parecía no preocuparles demasiado esas situaciones. El tema era que desde el fallecimiento de su padre, María había interrumpido sus actividades nocturnas, puesto que no quería dejar sola a su madre, y sabía que ese deseo era compartido por ambas, sólo que Cristina, la mamá, nunca lo dijo ni lo diría. Hubo un silencio en el cual Cristina la miraba con cara de congoja y asombro. Sin muchos otros ademanes, siguió cortando y le dio a entender con gestos y suspiros, que podía hacer lo que se le antojara.

La cena, como siempre, transcurrió en una incomoda tranquilidad. Cristina comía con una mano, mientras con la otra sostenía a Héctor y lo mecía suavemente para que no corte la atmosfera con alguno de sus llantos o gritos estridentes. Julia estaba inquieta, y después de cuatro o cinco cucharadas de guiso dejo de comer. Había escuchado a su hermana hablar del fogón, y obviamente no quería quedar afuera. Así que en el medio de la mesa, le pidió a María que la lleve con ella. La madre se hizo totalmente la desentendida, seguía seria y callada, meciendo al niño y comiendo aquel plato de guiso, que ese día no llevaba ni siquiera una ración de puchero. María miró a su pequeña hermana con enojo, y le dijo que debía quedarse con su madre para que no esté sola. Obviamente la niña no se conformó con aquel argumento y empezó con una serie de caprichos que tenían como objetivo torcer la determinación de su hermana a fuerza de una insoportable persistencia. Entre otras cosas, María le explicó que era muy chica, y que no podía acompañarla porque ella quería estar con sus amigos y como no iba a poder prestarle demasiada atención se terminaría por aburrir. Claro está que su hermanita era pequeña pero no estúpida, estos motivos estaban totalmente tirados de los pelos, ya que Julia siempre supo salir por el barrio de noche acompañada de María y sus amigos, y además, conocía a todos los pequeños que seguramente irían también a este evento. María, ya cansada por la insistencia de su hermana, quiso acudir a su madre para que le explicase, pero Cristina no parecía tener la más minima intención de interferir y dar su opinión, seguía completamente ensimismada sin siquiera dirigirles la mirada. Esta situación provoco el enojo de María, que sin dudarlo, se levantó, tomó de la mano a Julia, y decidió en ese mismo instante salir con su hermana, sin siquiera saludar. Su madre, con esa tristeza a cuestas, inició un suave llanto que por dentro la desgarraba. Su sensación era de plena inseguridad, estaba fuera de rumbo, no se sentía con fuerzas y había perdido todo tipo de esperanzas, y así, simplemente yacía con su niño, sentada y angustiada.

1 comentario:

Pedro Garcia Millan dijo...

LA ESTAFA AUTOMOTRIZ MAS GRANDE EN EL TERITORIO MEXICANO!

http://pedromillan.blogspot.com/

CUIDADO QUE A VECES LO BARRATO SALE MUY CARRO CUATES MIOS!