miércoles, 10 de agosto de 2011

Panaderas y bailarinas

Vamos a aprovechar para retrucarle al señor Bruko McLeo quien parece creer que el blog es suyo y nada más que suyo. ¿Con que esas tenemos? Buenísimo. ¿Querían literatura? Ahóguense en mi inmundicia autorreferencial hijos de una gran puta.


Todos, desde siempre la vislumbraron como si fuera un mar de leyenda, como si albergara más misterio de los que podrían caber en esos oscuros y enormes ojos. Cada hombre que se dignó a mirarla, y realmente la admiró, sintió lo que cualquier mortal sentiría si llega a encontrarse alguna vez ante aquellas maravillas espantosamente incomprensibles, como antiquísimas y monumentales pirámides o milenarios e inescrutables grimorios dejados a un lado del camino por alguna lúgubre y extinta civilización. Es un hecho, el verla y el creer estar observando de una vez absolutamente todos los enigmas que el universo se guarda, condensados en una diminuta y frágil criatura que apuñala, desgarra, penetra con su mirada y derrumba y hace descomponerse todos los mundos con solo mostrar sus pequeños dientes. Pero he aquí señoras y señores el quid de la cuestión, el truco que este mago burlón nos ofrece, el averiguar lo que sucede realmente, despejar las nieblas que empañan nuestra razón y nuestra lógica, e intentar averiguar qué sucede realmente tras toda esa belleza gargantuescamente simple que oficia como fachada, que se nos ofrece en dosificadas situaciones y momentos, y cuál es el motivo real o sobrenatural de sus expediciones hacia el maravilloso oriente en el que nuestras fantasías y nuestros anhelos se funden para no volver a mencionarse nuevamente.
Ella es, y perdonen mi grosera franqueza, pura y exclusivamente lo quiere mostrar al exterior, porque no podría ser más aunque quisiera. No es bruja, hada ni hechicera, todo es una cubierta, un forro para su finito y vulgar ser. Se mantiene elevada por alfileres y entre algodones (conscientemente o no) para que nadie admire aquello que antepone a la realidad mundana del deambular. Su pecado. Sus pecados. La frivolidad del tesón que le sostiene y de cómo renuncia a lo propuesto, y por sobre todas las cosas, cómo se sospecha superior (y cómo todos la alabamos como tal). Es muchísimo menos, es hora de que lo sepamos, pero, como ya ha sido subrayado, ante los mandamientos que nos llevan a nutrir de esperanzas, tratamos de no ver (y eso que miramos como imbéciles). No nos mintamos más. Las polleras llenas de frutos que pendulan acariciando sus partes más anheladas, no son más que el emblema de su oculta frivolidad y de nuestra total y absoluta falta de noción de la realidad. La reina ha estado siempre desnuda y solo atinamos a vestirla con nuestros deseos. Pero nuestras fantasías son solamente eso. Nuestros deseos son exclusivamente golpes de nuestra mente contra una columna inerte que se empeña en devolvernos el topetazo. Estamos condenados a intentar entender lo que no posee más significado que lo repulsivamente rutinario.

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