En esa pequeña comarca, él era amo y señor. Se paseaba con el pecho inflado, con el ímpetu de una locomotora, dispuesto a aplastar a sus contrincantes con su arrolladora presencia.
Su personalidad impactaba, y lo llevaba a cometer las más inverosímiles e impresionantes tropelías y genialidades. Lo amaban y lo odiaban en igual medida. La mediocridad no tenía cabida ni en él, ni en el juicio a su persona. Era rey, líder, bandido, guerrero, poeta, filósofo, criminal y ante todo, artista.
El poder intentó asimilarlo y eliminarlo. El pueblo quizo hacerlo suyo. Él, parco, agradeció, pero no se debía a nadie, excepto a él mismo y su genio sin límites.
Siendo Dios y el Diablo en vida, decidió abandonar el reino que le habían querido imponer.
Él sabe cual es su lugar, o por lo menos, sabe como quiere buscarlo.
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