domingo, 17 de julio de 2011

Sueños son

Hoy publico un cuento. Lo escribí en estos días, y me gustó, asi que decidí postearlo. Se que quienes me conocen soltarán suspicacias y conclusiones al aire, bueno, será tema de ustedes. Es un cuento, ni más ni menos, fruto de mi imaginación.
Espero que les guste!

Hasta la proxima!


- ¡Andate! ¿No entendés que ya no te quiero?
El joven, arrodillado en la arena, la miraba incrédulo. Sus ojos lentamente se llenaban de lágrimas, lágrimas que de a poco comenzaban a rodar suavemente por sus mejillas para llegar con una parsimoniosa sincronía a sus comisuras labiales. Sentía el gusto salado de su propio llanto y simultáneamente el sabor amargo del fracaso.

Estaban en una suerte de desierto, con grandes regiones de medanos de arena seca por momentos y húmeda por otros (en realidad era por momentos y por sectores, en una disposición particularmente bizarra). Conversaban entre dos altas lomas, ella estaba apoyada contra una de ellas, ya casi indistinta a lo que ocurría, e indiferente a lo que él tuviese para decir, aunque por el momento permanecía enmudecido. Desde arriba eran observados y evaluados silenciosamente.

Ella volvía a la carga:
- ¿No entendés, no? No me haces feliz, no te necesito, no te quiero.
Su reacción aún se hacía esperar. La sorpresa y la angustia lo habían capturado. Abrumado como estaba, simplemente esperaba que alguna palabra le llegue a su boca. No era fácil someterse a semejante enjuiciamiento, todo era inesperado y sin antecedentes. Jamás pensó que ella esgrimiría ante él semejante agresividad. Usaba una daga filosa, que con precisión clavaba en los rincones de mayor debilidad, inseguridad e impotencia del alma de este muchacho, que hasta ese momento se desangraba de tristeza, mientras que con la razón intentaba cubrir todas las heridas causadas por la “realidad”.

Poco a poco se fue recomponiendo. Primero logró pararse y escapar de esa postura de sometimiento y culpabilidad, en la que parecía aceptar la responsabilidad y suplicar por piedad. Luego, aún sin emitir sonido, empezó a recordar sus historias y vivencias junto a ella. Confusión nuevamente, pues el recuerdo era agradable, y no encontraba justificativo para estar sufriendo semejante calvario. De a poco comenzó a articular en su mente una respuesta. No sabía si mantener el tono de agresividad, redoblar la apuesta y magnificar la situación, o tratar de mostrarse calmo y superado, haciéndole saber que el no tenía nada que entender, que es ella quien parecería estar alterada y no comprender el porque de ese estado.

Mientras tanto, El de Arriba (que estaba muy lejos de ser Dios), miraba y reía a carcajadas, pero en silencio. Conocía muy bien al joven, y sabía con precisión que era lo que se le iba cruzando por su cabeza, como hilaba esas ideas y formulaba razonamientos que sólo tenían lógica para él mismo. De ella sabía poco. Es más, tan sólo conocía una cosa de esta chica: comprendía con agudeza y exactitud, que era una persona que decididamente creía saber lo que quería, y fuertemente actuaba en consecuencia. Capaz de llevarse el mundo por delante con tal de que nada ni nadie se interponga ante su objetivo. El era duda y ella certeza. Ese era su análisis, y bastante acertado estaba. Aunque poco le importaba lo que a ella le ocurriese. Más que nada estaba atento al joven, a sus reacciones, sus posturas y sus temores.
- No se que decirte, sinceramente no esperaba tener que llegar a atravesar por una conversación semejante con vos. Siento que no te puedo decir nada, porque estás despersonalizada, estás como poseída.- Finalmente salió de su congoja y pudo decirle algo… algo que no pensó, sino que lo sintió.

Ahora ella quedaba sin habla. Fueron unos minutos de un silencio arrollador, un silencio que dijo demasiado, y sentenció la suerte de estos dos jóvenes. El de Arriba, que había estado sorprendido por la elocuencia y la tranquilidad del joven, asentía (u oscilaba su cabeza de atrás hacia delante) mientras mantenía la mirada fija en el escenario arenoso, imantado por la reinante tensión. El silencio en algún momento terminó, y fue ella quién lo interrumpió:
- No se porque te crees que sabes lo que decís. Tenés que aceptar como son las cosas.- Con esa simplicidad apabullante determinó las cosas, se dio media vuelta y comenzó a caminar por ese desierto interminable, y a medida que avanzaba, el la veía desvanecerse.

De golpe abrió los ojos. Su respiración estaba agitada y sus manos sudadas. Todo real y todo ficción, en el medio de sus palpitaciones aguardaba embobado y angustiado, tratando de encontrar algo que lo oriente. Giro a su derecha y la vio dormir, bella y angelical, arropada hasta el cuello y envuelta en su propio cuerpo, suspiraba ternura, sin saber todo lo que había ocurrido. Besó su mejilla y volvió a recostarse.

1 comentario:

Davor dijo...

Es lo que soñás cuando cenás una grande de provolone y te tirás a dormir después de una tarde entera jugando al SIMS, no?

Buen cuento maestrou. Siga así.